El Adolescente y su Mundo
Autor: Catholic.net
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El
Adolescente y su Mundo
Autor: Catholic.net Capítulo 2: II. Dimensión Fisiológica En un período relativamente breve, el cuerpo infantil se transforma en adulto. Los cambios exteriores son a menudo tan pronunciados que, a primera vista, el muchacho puede parecer un desconocido para quienes no lo han visto en dos o tres años. Los cambios que se producen en el interior del cuerpo -en el tamaño, forma y funcionamiento de los diferentes órganos y glándulas-, no son visibles pero son tan importantes como los exteriores. Una clasificación conveniente de las modificaciones corporales incluye estas categorías principales: aumento del tamaño corporal, cambios en las proporciones del cuerpo y desarrollo de las características sexuales primarias (órganos sexuales) y secundarias (vellosidad, cambio de la voz, fisonomía corpórea). Pese a las diferencias individuales en el ritmo de las transformaciones, el patrón es similar para todos los niños y, por lo tanto, es predecible. Esto permite ofrecer al muchacho una adecuada información preventiva por parte de los padres y formadores. A. Etapas de la pubertad Etapa prepubescente: Etapa inmadura en la cual suceden los primeros cambios corporales y comienzan a desarrollarse las características sexuales secundarias o los rasgos físicos que distinguen a los dos sexos, pero en la que todavía no se ha desarrollado la función reproductora (entre los 11 y los 13 años en el muchacho). Etapa pubescente: Etapa de maduración en la cual se producen las células sexuales en los órganos de reproducción, pero en la que aún no se han completado los cambios corporales (entre los 13 y los 15 años). Etapa postpubescente: Etapa madura en la cual los órganos sexuales funcionan a la perfección, el cuerpo ha alcanzado la altura y las proporciones debidas y las características sexuales secundarias están bien desarrolladas (entre los 15 y los 18 años). B. Importancia de la transformación del cuerpo Los cambios radicales del cuerpo tienen repercusiones tanto físicas como psicológicas. Las alteraciones físicas determinan no sólo lo que el joven adolescente puede hacer sino también lo que quiere hacer. Estas transformaciones corporales se acompañan generalmente de fatiga, falta de ánimo y otros síntomas de una salud deficiente que asumen proporciones exageradas cuando los cambios físicos se suceden con rapidez. Vamos a señalar algunos factores relacionados con los cambios físicos y que repercuten en el comportamiento del muchacho: a) Rapidez del cambio: un crecimiento rápido altera de tal manera el cuerpo que puede llevar a que el pubescente, incapaz de aceptar en seguida su nueva figura y de efectuar una revisión de su propia imagen física, pueda convertirse en una persona sumamente cohibida. b) Falta de preparación: El grado de conocimiento y de preaviso que el muchacho tenga de los cambios que se operan en su cuerpo incidirá notablemente en su actitud hacia estas modificaciones. Es obvio que este preaviso se debe realizar con tacto, pues una cosa es avisar de advenimientos futuros y otra anticiparlos provocando la curiosidad malsana. Es importante dar este preaviso de forma muy positiva, natural, sin bajar a detalles, pero usando un lenguaje comprensible. No se trata tampoco de ocultar la verdad con historietas infantiles o ingenuas. d) Expectativas sociales: La actitud del adolescente hacia su cuerpo y sus rasgos faciales está influida por lo que él cree que las personas que importan en su vida, en especial sus padres y sus amigos, piensan de su apariencia. Un aspecto físico que se juzgue de modo desfavorable podrá hacer que el adolescente se sienta socialmente inseguro. e) Estereotipos: los medios de comunicación "venden" también estereotipos de adolescente, de condición y presencia física. Una comparación negativa con el propio desarrollo físico puede llevar al muchacho al autorechazo y a la cohibición. Una de las tareas evolutivas más difíciles para el adolescente es la aceptación de su cuerpo y de su figura, que ahora están cambiando significativamente. Casi todos los niños aguardan con impaciencia el momento de su crecimiento, pero los cambios que se operan en sus cuerpos les causan más angustia que placer. En general, la insatisfacción respecto de la apariencia se agudiza poco después de haberse alcanzado la madurez sexual, o sea en la edad en que se cursan estudios secundarios. A partir de entonces, los adolescentes bien equilibrados muestran una aceptación creciente de sí mismos y de su apariencia. Es interesante saber que los muchachos, en esta época de cambio, tienden a tener una opinión desfavorable de sus aptitudes. La preocupación intensa y persistente por el cambio corporal se hace evidente cuando los adolescentes toman medidas para conformar sus cuerpos a sus ideales y al estereotipo cultural de lo que es apropiado a su sexo. Para alcanzar este objetivo, se ponen incluso en manos de la cirugía plástica para mejorar un rasgo facial, como una nariz grande; se someten a un tratamiento de ortodoncia, con la esperanza de mejorar la forma y la apariencia de la boca; adquieren lentes de contacto; siguen dietas rigurosas si creen que están excedidos de peso y buscan el auxilio de los dermatólogos para el tratamiento de su acné y de otros trastornos de la piel. El formador, sin adoptar desprecio o cierta burla hacia estas preocupaciones del muchacho, debe orientarlo hacia los ideales que trae entre manos, de forma que no le dé importancia desmedida a estos elementos secundarios. Debe lograr del muchacho la aceptación y sana autoestima, recordándole oportunamente los elementos fundamentales y permanentes de la persona, los que realmente valen. Por otra parte conviene tener en cuenta que entre los adolescentes la tendencia es la de ridiculizarse unos a otros tomando como tema de conversación ordinario los defectos físicos de cada uno. Aquí no hay misericordia con nadie. Cuánto sufren algunos adolescentes por el sarcasmo de algunos de sus compañeros incitados por la iniciativa de los más líderes. La presencia vigilante e incluso firme del formador es necesaria para evitar situaciones que no llevan sino a la desintegración de un grupo, a crear tensiones inútiles y, no pocas veces, a traumas personales. Tarde o temprano, la mayoría de los adolescentes se adapta a los cambios físicos de la pubertad. Entonces se acomodan a la situación, en parte porque se sienten, en relación a su cuerpo, más satisfechos que antes, en parte porque aprenden a realzar sus aspectos buenos y a disimular los desfavorables y, en parte, porque se sienten mejor físicamente ya que el rápido crecimiento que absorbía sus energías se aminora. Es necesario recordar la importancia especial que el deporte y la actividad física adquieren a lo largo de toda la adolescencia, en el crecimiento sano de la propia corporalidad y de la misma psicología. No pocas enfermedades y tensiones de la adolescencia podrían al menos reducirse si se contara con una actividad física bien programada. Pero téngase en cuenta que, igual que su ausencia, el exceso de deporte puede incidir en la falta de rendimiento posterior, por ejemplo en actividades intelectuales, por desgaste físico repetido. C. Sexualidad y genitalidad La sexualidad en la persona humana comprende todas sus dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la espiritual, siendo de esta manera un "modo de ser" persona (hombre-mujer) que afecta todos sus actos. Sería un error muy grave presentar al muchacho la sexualidad de modo reductivo o negativo, o que confundiera la "madurez" del sexo gonádico -es decir, en la producción de esperma- y de los órganos genitales, con la madurez en la sexualidad. La sexualidad habla de donación afectiva e íntima, de unión fecunda en el amor matrimonial, de una concepción del hombre abierto a la relación complementaria en el amor y para el amor, un amor auténtico: total, fiel, fecundo y eterno. Aquí señalamos sólo algunos aspectos concernientes al desencadenamiento del desarrollo fisiológico: la maduración del sexo gonádico y genital. El muchacho debe conocer de antemano los cambios que va a experimentar, entender su significado y el papel que juegan en su madurez integral, y tener los resortes psicológicos y espirituales para vivirlos con naturalidad. Las diferencias en cuanto a la edad de la maduración sexual se deben a variaciones en el funcionamiento de las glándulas endocrinas que son responsables de la transformación del cuerpo infantil en el de un adulto. Los chicos maduran aproximadamente un año después que las chicas, es decir, alrededor de los 13 y 14 años. Esta diferencia se manifiesta no sólo en los cuerpos más grandes y más desarrollados de las mujeres sino también en su comportamiento más maduro, más agresivo y su conducta más consciente del sexo. Dependiendo de que la maduración se produzca antes o después de la edad promedio, se habla de maduración precoz o maduración tardía, respectivamente. Una reserva insuficiente de hormonas gonádicas retrasa la pubertad e impide el desarrollo normal de los órganos genitales y de los aspectos sexuales secundarios (vellosidad, cambio de voz, desarrollo muscular, etc.). Cuando la pubertad se demora, los chicos pueden presentar una apariencia algo femenina. Por lo general tienen un aspecto infantil y muchas veces parecen inmaduros. Pero no quita que en algunos este retardo les lleve a desarrollar, en contrapartida, unos aspectos de inteligencia y simpatía que les ganen la estima de los compañeros. La pubertad acelerada, conocida como pubertad precoz, se debe a una provisión excesiva de la hormona gonadotrópica durante los primeros años de la infancia. Ello afecta a las gónadas y el individuo madura demasiado pronto. También esto puede causar algunos traumas en el muchacho, al verse diferente ("desproporcionadamente grande") y no saber qué le está pasando. Presentamos a continuación algunos factores que afectan a la maduración del sexo gonádico y genital: a) Herencia: la edad de maduración se proyecta en la familia. Lo que fue la experiencia del padre, precoz o no, puede ser la del hijo. b) Inteligencia: los niños de inteligencia superior maduran sexualmente un poco antes que aquellos cuyo índice intelectual corresponde al término medio o es inferior a éste. c) Salud: la buena salud, debida a un adecuado cuidado prenatal y postnatal, deriva en una maduración más temprana. d) Nutrición: una dieta en la que predominan las proteínas da por resultado una maduración precoz. Algunas investigaciones en curso encuentran una relación estrecha entre el desarrollo precoz y la ingestión de alimentos vegetales y animales estimulados con hormonas. e) Nivel socioeconómico de la familia: cuanto mejor es el medio socioeconómico, tanto mayores son las posibilidades de una maduración temprana. Como consecuencia de una atención médica deficiente y de una nutrición por debajo de lo normal, los niños criados en ambientes socioeconómicos deficitarios maduran a menudo más tarde, tal como sucede con los provenientes de medios rurales. f) Tamaño y conformación del cuerpo: los niños más altos y más obesos alcanzan antes la madurez sexual. Los niños con cuerpos de tipo femenino (caderas anchas y piernas cortas) tienden también a una maduración precoz; a la inversa, los de conformación masculina (hombros anchos y piernas largas) tienden a la maduración tardía. Algunos posibles efectos según el tipo de maduración: a) Maduración precoz: reputación favorable fundada en una capacidad atlética superior; frecuente elección para cumplir roles dirigentes; popularidad con las chicas a causa de intereses sociales, aptitudes y sofisticación (carácter rico y completo del que ha viajado bastante, tiene abundantes relaciones sociales, experiencias culturales, etc.); confianza en sí mismo y autoconcepto favorable en razón de un trato social propicio. Esto no quita, como hemos señalado, que pueda traer ciertos traumas si el ambiente y el preaviso no es adecuado. b) Maduración tardía: elección poco frecuente para cumplir roles dirigentes; turbación, apocamiento y timidez causados por un físico poco desarrollado; rechazo por las chicas en las actividades sociales por falta de sofisticación; autorrechazo debido a las actitudes sociales poco favorables. Ya hemos señalado de alguna forma la importancia de enseñar al muchacho, en el momento y el modo adecuado, la diferencia entre recibir una sensación y el consentirla. Esto es importante para que el muchacho, cuando empiece a experimentar los impulsos fisiológicos de la sexualidad, pueda juzgar y actuar con naturalidad. Debe entender que el impulso mecánico de excitación de los órganos genitales ante un estímulo presentado de improviso -claramente no buscado-, que la eyaculación nocturna espontánea, que la misma tendencia sexual, etc., a los ojos de Dios, son algo natural si no se consiente en esos momentos a la búsqueda de placer egoísta, y si se encauza esa fuerza hacia un amor verdadero, que equivale siempre, y más en su edad, al dominio de sí por amor a Cristo, al respeto incondicional del propio cuerpo y de la dignidad del prójimo, especialmente de la mujer, y a la realización de grandes obras con la propia fuerza pasional. |
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Capítulo 3: III. Dimensión Psicológica - Afectiva
Guste o no, un niño no puede permanecer para siempre en la etapa infantil. Cuando el desarrollo físico llega a determinado punto, se espera que el niño madure psicológicamente y abandone la conducta infantil. Elaborar el cambio desde la infancia a la adultez es una tarea demasiado vasta para un lapso breve de tiempo. Por consiguiente, el niño debe contar con tiempo para realizar el cambio. Esa es la función de la adolescencia. Estos cambios de comportamiento son importantes y acompañan las rápidas alteraciones físicas propias de la adolescencia. A medida que el desarrollo corporal va siendo más pausado, en la adolescencia final, las modificaciones de la conducta también se hacen más lentas. El muchacho se encuentra con más problemas nuevos y con menos tiempo para resolverlos que en ningún otro período anterior de su vida. Se da cuenta de que en razón de su apariencia adulta se espera que actúe como tal, pero no sabe cómo hacerlo; debe aprender a valerse por sí mismo y a enfrentarse al mundo sin que sus padres y formadores hagan de armadura o parachoques, como lo hacían cuando era un niño, pero a la vez necesita y busca, aunque no siempre explícitamente, el consejo y la guía firme de sus formadores. Para los muchachos todos estos cambios no son superficiales. Los cambios iniciales les preocupan y a veces les asustan. Ellos necesitan que se les explique qué les está sucediendo. Muchas veces se sienten culpables por los cambios que experimentan, por falta de una información básica. Y, como ya hemos señalado, es necesario dar una información adecuada: se trata de prevenir no de adelantar experiencias. Si el formador no se siente aún capacitado, pida el consejo de expertos, o remita esta labor a la persona de un sacerdote. A. Cambios en las pautas de conducta acostumbradas Los constantes cambios físicos y psicológicos muchas veces no son entendidos por el adolescente. Esto se manifiesta claramente en una constante insatisfacción, en un no entender su propio mundo interior y no sentir como propio el mundo externo que le rodea. El púber muestra una característica aversión al trabajo. Hace lo menos posible en el hogar y en la escuela, descuida a menudo los deberes asignados en el seno familiar y deja sin hacer las tareas escolares. Aun cuando padres y maestros acusen al muchacho de "pereza premeditada", ésta responde en gran parte a razones fisiológicas. Es un resultado directo del rápido crecimiento físico de la pubertad que absorbe sus energías y lo lleva a tal grado de cansancio que no tiene ni el gusto ni la motivación para realizar más de lo que es absolutamente necesario. Cuando se le culpa o se le castiga desproporcionadamente por no hacer lo que se espera de él, estas actitudes contribuyen a crear resentimientos que reducen aún más su motivación. El niño muestra un interés agudo por el juego, y si se reúne con otros es para jugar; también se aficiona a la lectura y a los programas infantiles de televisión. En cambio, el adolescente empieza a perder el interés en esas actividades. No pocas veces le invade el aburrimiento, se aleja del contacto social con sus compañeros y pasa la mayor parte del tiempo solo, tendido en algún lugar o elaborando sueños diurnos. Este cambio se debe también en parte al estado general de fatiga paralelo al crecimiento veloz y a las alteraciones glandulares. El muchacho puede desarrollar fácilmente una actitud antagónica hacia otros, comprendidos los miembros de su familia, sus profesores y sus compañeros. Tiende a la crítica y al desprecio de todo lo que dicen o hacen. Por ello, muchas de sus amistades de la infancia se ven forzadas a romper relaciones con él. Los objetivos especiales en los que se descarga el antagonismo del muchacho son los miembros del sexo opuesto. En tanto que el antagonismo sexual es pronunciado durante la etapa de pandilla del final de la infancia, alcanza por lo general su pico de intensidad en el curso de la pubertad. Los muchachos se sienten resentidos por el mayor tamaño y desenvoltura de chicas de su misma edad. Lógicamente este antagonismo, poco a poco, se va convirtiendo en atracción y aventura. Hay una fuerte emotividad: o se aísla o se lanza a la exterioridad. Muchos jóvenes necesitan mostrarse extrovertidos ante sus compañeros para no dar a conocer posibles conflictos interiores. Otros, por el contrario, optan por hacer su vida paralela a la de los demás como si los demás no pudieran comprender su fuerte mundo emocional y pasional. Los enamoramientos repentinos, los constantes sentimientos de incomprensión de parte de los demás, etc., tienen su raíz en el gran potencial emotivo que caracteriza a la adolescencia. Esta emotividad, bien encauzada, lleva al entusiasmo típico del adolescente; es fácil atraerlo con lo novedoso pero también con los "antiguos ideales" de la infancia si son presentados con otras perspectivas y con motivaciones adecuadas. El formador que sabe identificarse con el entusiasmo propio del preadolescente pronto ganará su atención y, si sabe ofrecer cauces adecuados a ese entusiasmo, también su liderazgo. Hay tendencia a la rebeldía, a las constantes discusiones, a la actitud de contradecir por sistema, a aparentes comportamientos antisociales. No es raro que el adolescente, con mayor o menor conciencia, lance un reto a la seguridad y autoridad de su formador, a través de comportamientos o interpelaciones que intentan desbordar los márgenes de la conducta ideal de un "niño bueno". En estas ocasiones el adolescente, no pocas veces, está poniendo a prueba la firmeza de su formador. Éste debe mostrarse ecuánime, sereno, sin nerviosismos o impaciencias. Actuando así pronto acrecentará su liderazgo sobre el muchacho. En el fondo el muchacho está buscando una persona que tenga la seguridad que él no tiene, aunque quiera actuar como si la tuviera. Hay tendencia a buscar escapismos. Tendencia a buscar escapismos. El adolescente se sabe en plenitud de vida y con una energía constante que parece no tener límites. Esta vitalidad los lleva muchas veces a buscar un tipo de mundo distinto del que tienen entre manos. Cuando con el paso del tiempo se van dando cuenta de que el mundo no va a cambiar, muchos de ellos van buscando ciertas salidas de escape; la modalidad de éstos dependerá de la forma de ser de cada adolescente, de su extroversión o introversión. A propósito de este tema es importante tener en cuenta el síndrome internet (incluyendo aquí los juegos electrónicos y todo lo referente a realidad virtual) para entender lo que empieza a suceder con numerosos adolescentes que tienen una verdadera adicción al mismo. De no controlarse esta adicción (límite de tiempo), independientemente del problema de los contenidos nocivos al alcance del muchacho, se crea un verdadero desajuste psíquico que afecta a las relaciones familiares y sociales del muchacho. La dependencia de internet en la que algunos muchachos caen les puede llevar a momentos fuertes de depresión a la hora de volverse a encontrar con la realidad, después de horas de "evasión virtual". La adolescencia es la época en la que el muchacho está definiendo su personalidad y su carácter se va evidenciando cada vez más. No resulta fácil para el adolescente lograr la identidad de su personalidad. Una tendencia muy marcada en ellos es la de dividir la vida entre su mundo interior y su forma de presentarse ante los demás, en su grupo de amigos y su medio ambiente. Son muchos los elementos que pueden desviar a un preadolescente y a un adolescente en este sentido. La presión ambiental muchas veces provocará un choque interno, una división entre la forma de pensar de su núcleo familiar y la forma de pensar de las amistades nacientes. Hay que controlar estas divisiones para que vayan encontrando cauces de solución y para que el muchacho aprenda a "distinguir sin separar". La afectividad también va experimentando cambios. Hemos señalado ya cómo el antagonismo inicial hacia el sexo femenino se va transformando en atracción. Esta atracción en un inicio tiene un marcado carácter fisiológico, manifestado principalmente en la curiosidad por el conocimiento del cuerpo femenino y por la necesidad de dirigir hacia él la tendencia pasional que el muchacho siente cada vez con más fuerza. A esta atracción fisiológica se va incorporando la atracción psicológico-afectiva, provocada en parte por el descubrimiento de los límites de la propia afectividad masculina y en parte por el descubrimiento de la riqueza de la afectividad femenina. El muchacho empieza a percibir que sus tendencias afectivas tienen una dirección definida y ve la necesidad de realizarse en la complementariedad femenina. Se sabe que en esta fase el muchacho termina de definir el así llamado sexo de género, es decir, termina de identificarse psicológicamente en modo pleno con su masculinidad, en parte por la adaptación completa a su cuerpo, en parte por la clara diferenciación que establece espontáneamente entre él y el sexo opuesto. En este proceso son conocidos los titubeos que pueden darse, especialmente si no ha habido de por medio una educación sana y equilibrada, sin descartar posibles causas patológicas. El muchacho no debe asustarse si, en esta fase de definición, en algunos momentos siente (no consiente) cierta inclinación hacia compañeros del mismo sexo. Se le debe ayudar para que, poco a poco, oriente definitivamente sus inclinaciones sexuales y se abra sin temores hacia la novedad del sexo femenino. Es este temor lo que muchas veces provoca un encerramiento en la propia sexualidad, manifestándose a veces en el autoerotismo y, llevado al extremo, en la homosexualidad. Esto es, en definitiva, arrastrar la propia sexualidad, cuya realización está en la donación fecunda, hacia la contradictoriedad y el sinsentido. B. La transición a la madurez Pocos jóvenes logran la transición de la infancia a la adultez sin "cicatrices emocionales". A veces tales marcas carecen de importancia; en otras ocasiones son tan perjudiciales que los adolescentes renuncian a la lucha y permanecen inmaduros durante el resto de sus vidas. Ciertos efectos de la transición son más comunes y más perniciosos que otros: inestabilidad, preocupación por los problemas que deben enfrentar, conducta perturbadora e infelicidad. Inestabilidad Proviene de sentimientos de inseguridad y ésta, a su vez, se presenta cuando la persona debe abandonar las pautas habituales y sustituirlas por otras. El adolescente ya no puede conducirse como un niño, pero no se siente seguro de su capacidad para hacer lo que la sociedad espera de él. Los sentimientos de inseguridad siempre son acompañados de tensión emocional; el muchacho se muestra preocupado y ansioso, o enojado y frustrado. Raramente es feliz en medio de su inseguridad porque se da cuenta de que su conducta refleja su falta de confianza en sí mismo. La tensión emocional puede expresarse exterior o interiormente; el adolescente puede ser agresivo, tímido o retraído. El adolescente muchas veces ve todo lo que le está sucediendo con una gran confusión de sentimientos. Por una parte se siente culpable del desenvolverse de su inestabilidad, y por otra, tiene la impresión de que él está sufriendo algo de lo que no es culpable. Un formador que sabe esperar, y sabe reaccionar siempre con una equilibrada comprensión en los momentos más difíciles, tendrá asegurada una respuesta muy noble por parte del adolescente, aunque quizá ésta no sea inmediata. La inestabilidad se exterioriza, asimismo, en pautas de conducta no relacionadas con la emotividad. Algunos adolescentes exageran su dedicación escolar, otros se lanzan con entusiasmo a la práctica de deportes, y otros pasan la mayor parte de su tiempo en actividades sociales. Algunos dan cuenta de su inestabilidad alternando sus gustos, sus intereses, sus aspiraciones vocacionales y sus amistades. A medida que avanza la adolescencia, el muchacho se hace cada vez más estable. Con cuánta anticipación y con qué grado de éxito habrá de alcanzar la estabilidad depende en parte de su motivación para acelerar la transición hacia la madurez y, en parte, de las oportunidades con que cuente para hacerlo. Cuando descubre que la gente considera su inestabilidad de modo desfavorable, encuentra una motivación para hacerse más estable y digno de confianza. Cuando tiene motivaciones especiales (una "misión", una personalidad líder que forjarse, etc.), se acelera su estabilidad y el logro de la madurez. Ante la inestabilidad del adolescente, el formador debe mostrarse siempre como el amigo fiel que no cambia de parecer aunque cambien las circunstancias. En ocasiones se ha podido constatar que frases como: "tú antes no eras así..." "cómo has cambiado en cuestión de meses..." u otras parecidas, han provocado reacciones muy negativas en los adolescentes. El buen formador ejercerá un valioso papel de guía si va un paso por delante y le explica oportunamente al muchacho qué le va a acontecer. Así será para el adolescente como un amigo de los tiempos difíciles; cuando éstos lleguen, el adolescente sabrá a quién recurrir. Preocupación por los problemas La adaptación a nuevas situaciones siempre ocasiona problemas. Por diversas razones, en la adolescencia los problemas parecen más graves de lo que son en realidad o de lo que parecerían si se presentaran en otras edades. Los problemas del adolescente se intensifican si las tareas evolutivas de la infancia no han sido dominadas completamente. Esto debe hacer pensar a los educadores que a la persona no se le puede empezar a formar cuando llega a la adolescencia, o ante ciertos problemas. El adolescente se preocupa con problemas concernientes a su hogar (relaciones con miembros de la familia, disciplina), a la escuela (calificaciones, relaciones con profesores, actividades ajenas a los estudios), al estado físico (salud, ejercicios), a la apariencia (peso, atractivo físico, conformación adecuada al sexo), a las emociones (desbordes temperamentales, estado anímico), a la adaptación (aceptación por los compañeros, roles dirigentes), a la vocación (selección, capacitación) y a los valores (moralidad, drogas, sexo, etc.). La principal razón de que la adolescencia sea denominada una "edad de problemas" reside en que con frecuencia se juzga al muchacho según pautas adultas en lugar de hacerlo con las apropiadas para su edad. Por ejemplo, es necesario saber que gran parte de sus maneras groseras y de su vestimenta caprichosa cumplen el objetivo de atraer la atención ajena hacia sí mismo. Asimismo, su egocentrismo lo hace poco cooperativo, lo vuelve desconsiderado con otros y proclive a hablar de sí mismo y de sus problemas. Un comportamiento semejante revela inmadurez y conduce a que se emitan sobre él juicios desfavorables. El adolescente es más un problema para sí mismo que para los demás. No se ha adaptado a su nuevo rol en la vida, por lo cual se siente confuso, inseguro y ansioso. Es un error tratarlo como si fuese un niño o esperar que se comporte como un adulto. En tanto el muchacho permanece en este estado de confusión e incertidumbre no cesa de estar tenso y nervioso. Esto lo conduce, a veces, a una conducta agresiva, perturbadora y que busca llamar la atención; o a la depresión, irritabilidad e infelicidad. Después de alejarse afectivamente de sus padres, muchos adolescentes se sienten a la deriva y necesitan encontrar nuevas fuentes de protección para sus problemas. Algunos se vuelven hacia profesores, sacerdotes, hermanos mayores, parientes adultos y amigos de la familia. Otros consideran a todos los adultos como representantes de la autoridad y evitan colocarse en una posición de sometimiento frente a ellos. Entonces requieren ayuda de miembros de su propia edad o, si no tienen confianza en el auxilio que éstos pueden prestarles, se ponen en comunicación con consejeros invisibles a través del correo y obtienen respuestas en columnas apropiadas de periódicos y revistas o por medio de la radio y la TV. Muchos de los problemas que enfrenta el preadolescente atañen, también, al adolescente tardío. Esto indica que el adolescente mayor no resolvió satisfactoriamente los problemas que se le presentaron en la etapa anterior. Por ejemplo, si sigue muy preocupado por su apariencia, si busca escaparse de sus responsabilidades escolares con otras actividades, o si las relaciones con miembros del sexo opuesto todavía constituyen un problema. Infelicidad Es posible que una inadecuada evolución en la adolescencia lleve al muchacho a desarrollar ciertos rasgos de infelicidad. De por medio está: un desconocimiento agudo de la propia personalidad y del sentido de su vida y de las situaciones concretas por las que atraviesa; una permanente falta de aceptación personal provocada muchas veces por nocivas comparaciones con otras personas; una desmotivación constante que no le permite tomar la propia vida como reto y como "el negocio más grande" que tiene entre manos. No se pueden olvidar las circunstancias y el ambiente que tanto golpean a los muchachos de esta edad. Son varias las razones por las que estos rasgos de infelicidad deberían estar sujetos a un cuidadoso control. En primer lugar, la infelicidad conduce a una conducta que la perpetúa. El adolescente que exhibe cierta infelicidad por su expresión taciturna o mediante una conducta antisocial, descubre que las reacciones sociales que suscita son tan desfavorables que lo convierten en un ser rechazado. Esto acentúa su infelicidad y lo lleva a otras formas de conducta que intensifican el rechazo social. La infelicidad se convierte a menudo en un estado habitual. Deja su marca en la expresión facial de la persona y en su modo característico de adaptarse a la gente y a las situaciones que le depara la vida. Los formadores deben intervenir decididamente para cortar de raíz las causas de esa infelicidad que se puede ir incrustando en el alma del muchacho. Las consecuencias, aunque se estén gestando en el silencio, pueden salir a la luz después de varios años y de forma tristemente dramática. La infelicidad conduce a ajustes personales y sociales deficientes que, con el tiempo, pueden derivar en perturbaciones de la personalidad. Que esto suceda o no depende en gran medida de la forma de expresión que adopte la infelicidad. Por ejemplo, el adolescente que mitiga los tormentos de su condición infeliz refugiándose en un mundo de pensamientos quiméricos tiene más probabilidad de llegar a padecer trastornos mentales que quien expresa su infelicidad disputando con otros. C. Cómo se facilita la transición hacia la adultez La persona que es inmadura en la adultez lo fue también, muy probablemente, durante toda su adolescencia. Tal vez no contó con el estímulo ambiental o la motivación suficiente para aprender lo que aprendieron sus compañeros. De ahí la importancia de facilitar la transición a la madurez. Será muy útil en la educación del adolescente que se combine una restricción con un privilegio (por ejemplo, dar o no un permiso, conceder un viaje especial). Esto hará que el adolescente asuma la responsabilidad de sus acciones y al mismo tiempo acentuará su responsabilidad hacia el grupo social. Ayudará, también, que los formadores combinen una acción de libertad con una de responsabilidad. Cuando el adolescente aprenda que los derechos y las responsabilidades van unidas, el hecho lo ayudará a refrenar sus exigencias de derechos hasta ser capaz de manejarlos con éxito. Es bueno también alternar un elogio (entendido más como aliento) con una crítica positiva. Demasiados cumplidos pueden conducir al adolescente a una confianza en sí mismo llena de vanidad que disminuirá su motivación para conformarse a las expectativas sociales. Una crítica persistente debilitará la confianza en sí mismo y hará también decrecer su motivación. Un equilibrio saludable entre ambas actitudes, por el contrario, incrementará su motivación para aprender lo que se espera de él y reforzará la confianza en sus actitudes. Se deben relacionar las exigencias del adolescente con su capacidad de aprendizaje. No hay manera más rápida de inducir al adolescente a romper sus vínculos con la infancia y a desarrollar sus propias pautas de pensamiento y de acción que brindarle la motivación necesaria para que haga aquellas cosas que están a su alcance, de acuerdo con su grado de desarrollo. Es decir, el formador debe conocer bien las posibilidades del adolescente en cada fase y dimensión de su personalidad, y debe inducirle a potenciarlas lo más posible. Un elemento que ayudará al muchacho es enseñarle a dejar el egocentrismo característico de esta etapa de manera que comprenda que no es el centro del pensamiento y sentimientos de las demás personas como él lo experimenta. Y, por otro lado, es preciso que aprenda a distanciarse de su impresionabilidad para ser más objetivo y sereno en sus juicios y actitudes ; que contrarreste los sentimientos negativos con actos positivos. |
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